Shane Black se hizo conocido en primer lugar como el guionista de las primeras tres películas de la saga Arma mortal. Y se puede decir que en ellas ya estaban prefigurados el estilo, los temas y los personajes que explotaría en el resto de su carrera. Historias protagonizadas por policías o criminales que, sin importar de qué lado de la ley estén, se manejan con su propios códigos llevándose por delante cualquier regla establecida, duetos protagónicos de personalidades opuestas o grupos heterogéneos y explosivos, diálogos picantes, humor incorrecto, y mucha violencia presentada de manera ligera y estilizada. Este es el patrón que, elementos más , elementos menos según la ocasión, reproducirá en otros guiones como los de El último Boy Scout (1991) o El último gran héroe (1993) y más tarde en sus films como director como Entre besos y tiros (2005) o Dos tipos peligrosos (2016). Es el que también aplicará cuando adapte otros universos como el de los Superhéroes de Marvel en Iron Man 3 (2013) , la franquicia Predator en El depredador (2018) o ahora con las series de novelas del personaje Parker en Juego sucio, producida por Amazon y estrenada en su plataforma.
Parker es un ladrón profesional que se especializa en golpes de muy alto perfil, creado por el escritor Donald E. Westlake con el seudónimo Richard Stark, quien lo hizo protagonizar una serie de 24 novelas publicadas entre 1962 y 2008, año de la muerte del escritor. El personaje fue llevado varias veces al cine. Una de las versiones más célebres es sin duda A quemarropa (1967) de John Boorman, donde lo interpretaba Lee Marvin aunque con el nombre Walker. En esta nueva versión, Parker, encarnado por Marck Wahlberg, es un criminal profesional que al principio del film es traicionado tras un golpe por Zen (Rose Salazar), una de sus cómplices ocasionales, quien liquida a todo su equipo y se escapa con el botín dándolo por muerto. Parker sobrevive y tras encontrar a Zen para vengarse termina siendo reclutado por esta para un golpe aún mayor. Por razones logísticas y también por previsible desconfianza hacia Zen, Parker recluta a su amigo Grofield (Lakeith Stanfield), un actor fracasado que lo ayuda en sus trabajos e invierte su parte de las ganancias en sus obras sin público. Ambos suman para la ocasión, a un equipo de delincuentes con diferentes personalidades y diferentes papeles en la misión.
El golpe en cuestión es el que justifica la inclusión del film en la categoría de los Heist, películas de atracos, donde la logística, la preparación y la ejecución del golpe (que casi nunca resulta como se planea), forman parte fundamental de la trama. Aquí el objetivo a sustraer es un tesoro hallado en un galeón hundido, que fue comprado por un millonario y que, mientras la transacción se completa, se encuentra guardado en un bóveda super custodiada. Los detalles del mecanismo de seguridad y los planes y pasos para vulnerarlo son muy complejos, pero entenderlos por completo no tiene demasiada importancia ya que, como buen McGuffin, el único rol del botín es darle un objetivo a los protagonistas y hacer avanzar la trama.
Y es que lo importante aquí, como siempre, es la acción y las relaciones entre los personajes. Shane Black puede postularse con confianza a Rey de las Buddy Movies, un cargo para el que viene haciendo mérito desde la primera Arma mortal y un recurso que está presente en la mayoría de sus películas. Recordemos que las Buddy Movies son esas películas de parejas desparejas obligadas a trabajar juntas por un objetivo común donde buena parte del desarrollo narrativo gira alrededor de su relación conflictiva y sus personalidades contrapuestas. Un subgénero que Black no inventó pero ayudó a redefinir en su versión moderna.
La pareja aquí sería la que conforman estos socios cómplices Parker y Grofield. Uno serio, profesional, tremendamente enfocado y el otro más bromista, tarambana y un poco colgado. El rol humorístico, en lo que al fin y al cabo es también una comedia, corre de manera más evidente a cargo de Stanfield, pero Wahlberg con su absoluto pragmatismo y su convicción para llevarse a quien sea por delante sin inmutarse tiene también un efecto cómico por contraste. Buena parte de la eficacia depende de la química entre ambos pero también de la que hay entre Wahlberg y Rose Salazar, que es incluso más picante. Y claro, en los diálogos de los que todos hacen gala, rápidos, ingeniosos e incorrectos
Juego sucio se maneja en un tono de ligereza que se percibe inclusive en el tratamiento de la violencia, que es seca, brutal, arbitraria y a la vez mostrada con absoluta liviandad. Si uno tratara de hacer el conteo de muertos es posible que llegue a un número de tres cifras y sin embargo todo se percibe como sin consecuencias, como si se tratara de antagonistas en un videojuego o patitos en una galería de tiro. Y este bodycount disparatado responde también a la vertiente de comedia negra. Shane Black entrega más de lo que sabe hacer, y lo hace con eficacia: una diversión desfachatada, brutal, descerebrada y sin pretensiones, realizada con mucho oficio.
JUEGO SUCIO
Play Dirty. Dirección: Shane Black: Intérpretes: Mark Wahlberg, LaKeith Stanfield, Rose Salazar, Keegan-Michael Key, Chukwudi Iwuji, Nat Wolff, Gretchen Mol, Thomas Jane, Tony Shalhoub, Chai Hansen. Guión: Shane Black, Chuck Mondry, Anthony Bagarozzi. Sobre la novela de Donald E. Westlake. Fotografía: Philippe Rousselot. Música: Alan Silvestri. Edición: Chris Lebenzon, Joel Negron. Diseño de Producción: Owen Paterson. Origen: Estados Unidos. Duración: 128 minutos.






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