Si recordamos la distancia que hay entre el personaje que mostramos en las redes sociales y nuestro yo real, estamos pecando de obvios. Solo recordar que a veces esa distancia, variable de un caso a otro, puede ser muy marcada . Es lo que pasa con Liane, una adolescente que en su perfil de redes presenta una imagen glamourosa, gozosa, frívola y sexualizada, totalmente opuesta a su vida cotidiana. Liane vive en un pueblo del sur de Francia con su madre y su hermana menor. Su madre no tiene trabajo ni lo busca y sale con tipos a los que les saca algo de plata y a los Liane llama Sugar Daddies. Ella tampoco tiene trabajo ni tampoco lo busca y a veces roba productos en tiendas que luego revende y usa ese dinero para construir la imagen que después proyecta en el mundo virtual. A sus 19 años ya se hizo los pechos y  se puso ácido hialurónico en los labios, mientras sueña con el mundo de instagramers e influencers al que ansía pertenecer. En ese contexto agobiante le llega el llamado de la producción de un reality para que asista a un casting, junto a la promesa de un segundo llamado que le confirme si formará parte (o no) del proyecto que borre esa distancia entre su vida real y virtual. 

Diamante salvaje es el primer largometraje de la realizadora francesa Agathe Riedinger, en donde aborda el tema de las juventudes que se han vuelto dependientes de su relación con las redes sociales o más aún, que depositan allí expectativas prácticamente de vida o muerte. El tema no es nuevo y ya está bastante transitado, incluso trillado. Y a esta altura ha generado incluso sus propios clichés. Pero Riedinger, no cae en la tentación frecuente de retratar la superficialidad desde el mismo lugar que se intenta criticar. 

Liane es un personaje que está en guerra permanente con su entorno. Tiene una relación conflictiva con su madre, con sus amigas, con su novio, con sus vecinos y todo aquel que se le cruce. Incluso con sus seguidores, ya que aunque lo idealice tiene de primera mano la evidencia de que no es un espacio amable. En sus redes conviven tanto los mensajes de aliento con los insultos de los haters. Estos mensajes son mostrados de una manera curiosa e interesante: mezclados en párrafos de texto como si fueran poemas u oraciones, parecen apuntar a la idea de martirio, de vía crucis de la protagonista. A este mismo concepto cuasi religioso apunta también la música de Audrey Ismael, que acompaña los devenires de la protagonista y ofrece un contrapunto con los habituales temas de hip hop, pop o música electrónica que escuchan los personajes. Y también con la puesta realista naturalista que domina casi todo el film.

El film sortea algunos lugares comunes pero no logra evitar caer en algunos otros. El relato funciona en buena medida por acumulación y la suma de momentos dolorosos y humillaciones que Liane sufre mientras espera la llamada que ella supone la salvaría (espera que para ella es eterna) termina siendo repetitiva y a cierta altura agotadora.

Riedinger le da muy pocas alegrías y momentos luminosos a su protagonista (algún encuentro breve con su novio, un pequeño baile con su hermana) pero a la vez no la juzga ni adopta con ella una postura condescendiente. Trata más bien de mostrarla en la complejidad de sus circunstancias y sus deseos. Gran parte del mérito lo tiene también Malou Kizi, quien debuta también en el largometraje con este papel, cargándose la película al hombro con un un personaje intenso y complicado. Kizi logra crear una conexión emocional entre la protagonista y el espectador, y  aunque es casi inevitable que se abra una distancia entre este y un personaje con el que es difícil empatizar, al mismo tiempo es posible entender sus razones. 

DIAMANTE SALVAJE
Diamant Brut. Guión y Dirección: Agathe Riedinger. Elenco: Malou Kizi, Idir Azougli, Andréa Bescond, Ashley Romano, Alexis Manenti. Música: Audrey Ismael. Fotografía: Noé Bach. Edición. Lila Deciles. Diseño de producción y Dirección de arte: Astrid Tonnellier. Origen: Francia, 2024. Duración: 103 minutos

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