Familia y crisis son dos tópicos posibles, vastos y dificultosas para construir una historia pero pocas veces ese par de contextos se juegan con tanta pertinencia y capacidad como en esta ópera prima del cordobés Matías Ferreyra.

El estallido de diciembre de 2001 y la mudanza obligada y a desgano de una pareja y sus tres hijos pequeños a la casa de la abuela materna donde también habita su solitario primogénito y la sombra de una mascota muerta, es una postal de una época que sigue siendo absolutamente actual.

La incomodidad, los roces por la falta de espacio y el uso de lugares comunes y el “calorón” de esa época del año, se complotan para generar una atmósfera agobiante en la que, sin embargo, el texto y la cámara del director, encuentra subtramas y regala pinceladas de belleza.

La siempre misteriosa abuela Tati (que descansa acostada sobre la mesa o se acurruca al costado de la televisión para no ser vista) y que percibe cosas no disponibles para cualquier otro mortal y el poderoso vínculo con su nieto Manuel, son parte de esas otras posibles cuestiones latentes que integran un cuadro diverso y complejo.

En poco más de una hora y media, hay además un abanico de pequeños y certeros gestos que hablan de la minuciosa construcción del texto cinematográfico y una notable dirección actoral donde cada personaje juega su rol y participa con precisión en el engranaje dramático general, virtudes que seguramente fueron reconocidas recientemente en el 37° Festival de Cine Latino de Toulouse donde mereció el premio Fipresci.

UNA CASA CON DOS PERROS – Competencia Argentina
De Matías Ferreyra (Argentina, 2025. 98 minutos).

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